Miro al cielo y la perfección de sus nubes, cuando era pequeña pasaba horas acostada en el patio de la casa de la abuela mirándolas, dándole formas a todo, desde un oso pachoncito hasta una malteada de vainilla. Me pregunto cuándo dejé de mirarlas, de acariciarlas, fungían como una terapia de meditación, de paz, de esa paz que en ese momento no necesitaba. Ahora no hay rastro de ella. A veces miro rejas entre abiertas y quisiera huir; el ahora causante de mi nula paz no se va, no me voy, pero he de ser honesta, no sé cómo irme, no sé qué pared o vidrio romper para salir aquí, sé que me mata, me asfixia de a poco.